Monday, March 12, 2007

LA AVENTURA DE PALERMO





El hombre es simpático, desgarbado y casi corpulento. Es biólogo marino, especializado en el estudio del aprovechamiento farmacológico de varias especies marinas.
Yo preparaba el gomón cuando apareció y se presentó, su cara trae entusiasmo, energía e interés por casi todo lo que lo rodea, un ser nuevo pleno de ganas que contagia y rompe la rutina. Más atrás llega Raúl González1 ,amigo e investigador de las épocas de soltería y de compartir la “gamela” en el Centro Minero, lugar de solitarios biólogos, geólogos y técnicos. Inviernos largos, lluviosos y reflexivos, de proyectos y sueños.

Todo está listo: combustible, remos, cabos, handy, bengalas, agua, equipos de buceo, artes de muestreos, todo.
18 de diciembre de 1992, nuestro equipamiento no era el mejor pero lo hacíamos andar. El viejo jeep blanco arrancó con su voz estridente sin silenciador, marcha atrás. Enganchamos el trailer , Palermo2 le devuelve la gentileza a Raúl no aceptando viajar adelante, se ubica en el cerrado espacio trasero de nuestro viejo vehículo. Él mantiene su sonrisa entre los pertrechos de campaña.

Todavía tenemos presentes los aromas del viejo jeep, a veces nafta, cuando luchaba por alcanzar un ritmo armonioso de motor; otras veces, cuando el viento era caprichoso, algo de humo de escape, además de calor, claro. Veíamos el pasaje alocado de la ruta debajo de nuestros pies, como por ventanitas, entre los pedales ruidosos o piernas solidarias tratando de acomodarse como podían, en las jornadas calientes o frías de aquellos tiempos.

Los coches nos pasaban como flechas en la ruta, siempre íbamos a la retaguardia del camino, hablábamos casi gritando: - “Che, conocés al flaco Rodríguez? Me dijeron que está trabajando en La Plata…” -“ Sí!!! Jajaja!!! Lo conocés? Es un personaje!!! Está siempre igual!!! Ahora empezó a escribir su doctorado…” --- --“Ah!!! Qué bueno!!! Quién lo dirige?”

Se ve el mar… -“Parece que está bueno!!!”les digo. Así se comienza a gestar el hombre que vive del mar: frente a él, no deja de mirarlo y cuando está en tierra, al levantarse, mira el viento sin verlo, por sentirlo, -“Está del noroeste!!! Y no sopla fuerte. Va a estar bueno hoy!!!”. Entre los buzos agregamos: -“Che.. Hay visibilidad?”

Eran épocas en que, aún con nuestro viejo equipamiento, entrábamos a la playa como temerarios estudiosos del mar. Los turistas nos demoraban con sus preguntas inesperadas cuando tirábamos el gomón al mar o cuando arribábamos
–“Qué es esto!! Cómo se llama!! Bajan muy hondo? Cuántos metros? Ven tiburones? “

La embarcación ya está en el agua, llevo el trailer y el jeep lo más arriba posible lejos de la subida de la marea. Teníamos presente que si nos pasaba algo, por lo menos el equipamiento que quedaba en tierra debía estar lejos del agua, protegido.







Navegar, la sensación más difícil de describir, son demasiadas. Qué se ha dicho? Libertad? Paz? Adrenalina? Aventura? Escape? Vuelo?...
Yo puedo decir: inmensidad brutal, naturaleza salvaje, poder, soledad, interior, lejanía, sol sin piedad, vientos lejanos, frío agazapado…

El sitio marcado era cercano al “Fuerte” a una distancia de siete millas al sudeste del balneario Las Grutas. Raul y yo vestíamos trajes húmedos de buceo, nuestro amigo Palermo de short y remera, contaba con una capa de agua, hacia calor.
El gomón era pequeño. Si nos tomáramos de la mano de popa a proa alcanzaríamos el largo total de la embarcación, unos tres metros y medio.
Raul piloteaba con la caña del motor sentado bien atrás, Palermo y yo sentados en los pontones por cada banda, un poquito más delante de la mitad de la embarcación.

El mar era bien azul, las ondas de un leve mar del fondo rompían grupos de blanquísimas espumas, y el cielo intensamente celeste. Un paisaje especial, siempre es diferente, siempre misterioso, el mar. Un gigante orgulloso, un animal respetado, un desierto líquido y voraz.

Siempre hay presagios, cálculos, atención. La Patagonia, eterna, impredecible permite un máximo de 12 días al mes para navegar, pero llegamos al lugar de muestreo. La derrota fue larga, con Raúl nos miramos: el cielo no era el mismo, las ondas del mar de fondo empezaban a ser ahora olas y desde el horizonte se empezaba, poquito a poquito a “picar”, pero estábamos ahí. Me calcé el botellón de buceo y bajé. La visibilidad era más que buena, empecé a juntar la fauna para Palermo, me desplazaba a la vista del fondeo de la embarcación, podía ver el casco del gomón y las figuras deformadas como duendes de mis compañeros asomándose, tratando de verme ante la transparencia del lugar.

Emerjo con las primeras muestras…-“Se está poniendo feo..”, me dice Raúl al mismo tiempo que digo lo mismo con mis pensamientos, -“Juntaré las otras?” digo ahora en voz alta. Pero…casi sin palabras, volví al fondo a terminar con el muestreo. Las algas ya no estaban quietas, se ondulaban en perfecta formación, el cabo del fondeo acompasaba el cabeceo del gomón.

Rápidamente recogí la última muestra. Me estremeció comprobar que el paisaje se ponía gris, la luz se perdía. Salí…ya había una brisa y el horizonte había desaparecido. El gomón estaba cambiando su proa hacia el sur, estaba borneando hacia el viento más temido, el del frío que llega en pleno verano, el que sopla con más furia. A bordo Raúl ordenaba y preparaba la embarcación para un duro regreso.








Las olas crecían y crecían y empezaban a golpearnos con fuerza, Palermo pregunta…- “Estas olas son muy grandes, no?” -“Quedate tranquilo..”, le dice Raúl -“Uff…hace frío…”, dice asombrado Palermo. –“Todo listo, vamos!!!”, dice Raúl. Se acomoda para darle arranque al motor, manda nafta por la perita, lo seba y se prepara para tirar del cabo que girará el arranque. Todo se precipita, está ingresando agua por todos los ángulos, desde arriba, desde lo alto de las olas, desde la nada, nuestras cabezas se bloquean y funcionan sólo con el instinto de lo que es preciso hacer.

-“El motor no arranca!!!”, dice Raúl. –“La reputa que lo parió!!!” A bordo hay agua fría, muy fría. El fondeo ya no nos sujeta y estamos sin gobierno. Tomo el handy…-“lima-cuatro-víctor..”, -“lima-cuatro-víctor..” -“Aquí embarcación de biología…-aquí embarcación de biología…” Intento otra vez…
-“lima-cuatro-víctor.. -lima-cuatro-víctor… -aquí embarcación de biología…”
–“Estamos sin motor…-estamos sin motor…”. –“No contesta nadie..”, digo y Raúl me saca con desesperación la radio….-“lima-cuatro-víctor!!!! Lima-cuatro-víctor!!! La radio no funciona!!! Nooo!!!! Pero la reputa madre que lo parió!!!”
La radio se había mojado como todo lo que había a bordo. Estábamos en muy mala situación: sin motor, sin comunicación y el mar ya rugía…-“Hagamos un ancla de capa!!!”, dice Raúl. Necesitábamos ponernos de proa al viento, era nuestra única posibilidad. Buscamos un cajón de pescado. Con cabos fuimos armando unos tiros como los de un barrilete.. -“Sujetate!!!”, le digo a Palermo que nos miraba como pidiéndonos un poco de calma, al fín y al cabo nosotros éramos como los dueños de casa y él, el visitante.

El cajón de pescado funcionaba a la perfección, apenas lo habíamos lanzado y el gomón se deslizó en semicírculo a una velocidad impresionante poniendo su proa al sur y las olas venían ahora de frente con toda su furia. Nos quedaba esperar, seguramente ya nos estaban buscando. Habían pasado casi dos horas…

En el golfo en pleno diciembre el viento sur trae frío, sobre todo en el mar, lejos de la costa. Palermo ya temblaba, hablaba su expresión de persona indefensa a merced de la suerte y de la experiencia de quienes lo acompañaban.
Noté que perdía calor muy rápidamente. En la proa del gomón había un pequeño hueco destinado como lugar seco. ..-“Ponete allí!!! Acurrucate!! Así no te mojas tanto!!”, le digo. Con Raúl lo acomodamos, sólo asomaban sus codos y sus pies, el hombre corpulento casi desaparecía dentro del pequeño abrigo.

Era cerca de medio día, contábamos con unas cuantas horas de luz, pero me preocupaba llegar a la noche. Con Palermo en condiciones de hipotermia, sabíamos que no sobreviviría una noche. Esa es la otra realidad, allí están los otros valores, los únicos, los de la vida; allí no hay apellidos, categorías, status, diferencias, hay sólo una cosa: alcanzar y lograr sobrevivir.







Estábamos callados, muy callados y aquello era una tempestad. Éramos pequeños, demasiados pequeños para estar allí.

Alrededor no había costa, no había otra cosa que el mismo paisaje que nos rodeaba. Al viento y las grandes olas, a la espuma blanquísima que rompía por todos lados, se sumaba una niebla también blanca que se movía en forma extraña, más lenta que el viento, que parecía cubrirnos, que nos encerraba y nos ahogaba.

Me acerqué a Palermo…-”Estás bien?”. Nada contestó…temblaba..me pareció escuchar apenas un pequeño sonido que no salió de su boca, salió de su cuerpo sufrido y castigado por el frío, el miedo y la angustia.
Realmente me preocupaba él, Raúl y yo con nuestros trajes de neoprene no tendríamos problemas, pero Palermo estaba de short, descalzo y con una capa de agua de nylon.

-“Che Raúl!!”, grito. –“Mirá!!! No es aquel el Guardacostas?”. Su figura casi gris en el horizonte borroso empezó a ser realidad, pero llevaba otro rumbo, iba hacía la costa contra el viento Esa situación fue terrible para nosotros, pero seguíamos en silencio, esperando.
De nada serviría que gritáramos y saltáramos, había que esperar. El guardacostas GC-77 “Golfo San Matías” venía buscando desde una línea determinada hacia la costa y volviendo al mismo punto pero avanzando, peinando de costa hacia adentro y de adentro hacia la costa y avanzando hacia la zona donde se conocía que estábamos trabajando.
Se acercaban poco a poquito, nosotros los veíamos aparecer y desaparecer, por efecto de las grandes olas y ellos a nosotros no…Éramos un punto demasiado pequeño para verse.

-“Palermo, aguantá!!! Llegó el guardacostas!!!”, le digo al compañero “fondeado” bajo el pequeñísimo techo de lona que lo protege a medias. Al fin nos ven. El buque de prefectura se ve blanco, ya no el gris de la distancia. Pero todavía aparece y desaparece, estamos entre un juego de olas gigantes.

Son todas caras conocidas, nos cruzamos día a día por las calles de San Antonio Oeste, allí están sobre la banda que da hacia nosotros. Estaba el “Tana” Leuze buzo y pescador legendario y buen conocedor del golfo, justamente por eso estaba allí….-“Dónde está el 3er tripulante!!”, nos gritan desde el guardacostas.. –“Está acá!!!”, les respondo señalando a la proa del gomón….-“Está bien!!!”, les digo, con la esperanza que fuera cierto.
Nos acercamos con incertidumbre, era mucho más que peligroso lo que estábamos viviendo, el guardacostas se elevaba tanto sobre nuestro costado que podíamos ver su quilla..y volvía a caer con un estampido … y nosotros nos elevábamos y ellos quedaban en un pozo. Por un milésima de segundo, se nos cruzaba que podíamos caer en él. Vaya a saber por cual impulso, Raúl se arroja al agua, entre el gomón y el guardacostas….- “Raúl!!”, grité, al tiempo que logré alcanzarlo y lo subí a




bordo, no sé con qué fuerza… - “Les voy a pasar a Palermo!!!”, les grito. Haciendo equilibrio lo busco y alzo como un bebé, espero el exacto momento en que el guardacostas quede a la par, calculo…y lo entrego. Lo suelto, está en el buque, ahora allá arriba y nosotros bajando.


-“Raúl! Subite por favor... Andá! Andá… Para lingar el gomón debe estar uno… Andá.” Me mira asintiendo, me aprieta fuerte el brazo, espera otra vez el momento..y salta y está a salvo.

Preparan la pluma del guinchecito para tratar de sujetar y subir a bordo nuestro gomón. La pluma es un brazo amenazante que pasa muy cerca, muy cerca.
-“Sacá la pluma!!!”, les grito…-“Tirame los cabos!!!”. Me mandan los cabos y comienzo a lingar , me cuesta calcular los largos de tiro: la popa más pesada, tiros más cortos; proa más liviana, tiros más largos.
-“Listo!!!”, les grito y les hago seña de izar. Al tensar los cabos decido abordar el guardacostas, una vez que comiencen a levantar el gomón, éste se golpeará sin control hasta que llegue a cubierta.
Estoy a bordo. Dejé en buenas manos la maniobra de nuestra embarcación, busqué a nuestro compañero Palermo…-“Dónde está?!”, grito abandonando por fín al autómata de la supervivencia, siendo ya el hombre con tiempo para la sensibilidad, para abrazar con alegría y hablar con serenidad.

Estaba con una frazada en el camarote del capitán , sus labios, dedos y buena parte de su piel cianótica. Sonreía con dificultad, pero sonreía, casi como en la mañana de ese mismo día, en el Instituto de Biología Marina “Alte. Storni”, cuando se me acercó y me estiró su mano y me apretó muy fuerte.

Casi como un pasaje a otra dimensión, me contaron luego que apenas estuvo a bordo Palermo, se encuentra ante la mirada absorta del 2do capitán del guardacostas, que automáticamente se confunde con la también absorta mirada de Palermo. Se habían conocido en épocas de la universidad por ser sus respectivas novias muy amigas. Ellos habían vivido, posiblemente, lo mejor de sus vidas juntos y ahora se encontraban en otra orilla, en otra línea de frontera, la que está muy cerca de la tragedia.

El capitán nos reúne a Raúl y a mí en la cabina…-“Muchachos, este hombre no habría aguantado muchas horas más, todavía tiene un estado de importante hipotermia… Pero ya está,..bienvenidos a bordo!!”, y sonrió… Nos acercaron mates y facturas…estábamos en el paraíso.


1-El Dr. Raúl González es actualmente director del Instituto de Biología Marina y Pesquera “Alte. Storni” en la ciudad de San Antonio Oeste, Pcia. de Río Negro dependiente de la Universidad Nacional del Comahue y del Ministerio de Economía de la Provincia de Río Negro.

2- El Dr. Jorge Palermo continúa sus investigaciones sobre el aprovechamiento farmacológico en especies marinas en la Universidad Nacional de Buenos Aires y mantiene convenios con el Inst. de Biología “Alte. Storni” a través de campañas de investigación, aunque había prometido que jamás volvería a subir en una embarcación.

1 Comments:

At 9:06 AM, Blogger MentesSueltas said...

Dejo un abrazo desde Buenos Aires.

MentesSueltas

 

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