Friday, June 30, 2006

LEJOS DE LA COSTA

Vista satelital de la zona

Año 1993. Un día más de campaña, buen tiempo. Con mi compañero Sandro Acosta nos disponíamos con esa sensación o aptitud casi deportiva, a enfrentar las salidas al mar y a las dificultades normales de aquellos tiempos. Había que ver cómo lo hacíamos, y nos gustaba así.

Los puntos de muestreos eran en el “Bajo Oliveira”, distante siete millas de la 3ra. Bajada del balneario “Las Grutas”, el mejor acceso al mar y el más operativo que se puede encontrar en la zona.

La brisa al navegar golpea la cara y el ruido del motor fuera de borda nos hace hablar a los gritos. Es una navegación de unos 40/45 minutos hasta el lugar señalado como área de muestreo.
El gomón de Biología Marina cruza una línea con estelas de un punto al otro de una pequeñísima parte del golfo San Matías. Sin embargo es apenas una extraña figura visible que se perderá hasta desaparecer.

Cuando se navega con buen tiempo, es inimaginable la variedad de temas que podemos discutir a bordo: política, filosofía, mujeres, familia, trabajo. Siempre, pero siempre, se interrumpe sin permiso por la aparición de delfines, toninas, lobos marinos, aves, ballenas y hasta hace poco tiempo, orcas.

Las rutinas. Ellas son lo predecible, lo imaginado, pero todo cambia de manera profunda cuando hay sorpresas. De lo contado hasta aquí, todo era lo esperado. Lo cierto es que luego de la 1ra. parada, con las primeras muestras separadas, Sandro con su acostumbrada potencia, tira del cabo arranque del motor… un extraño sonido ajeno al acostumbrado nos sugiere problemas sin solución fácil. Es un sonido seco de metales que rozan. Levantamos la tapa del motor, es lo usual, miramos lo de siempre, un recorrido por el depósito del filtro de nafta, bujías de encendido, aún sabiendo que allí no estaba el problema.

Estábamos solos, cuando se rompe el motor de una embarcación lejos de la costa quedamos muy solos. Quedamos sin ese valioso vehículo que nos lleva y nos trae por ese mundo ajeno y fantástico. Pero qué podemos hacer? O cuánto tiempo podremos estar allí?, Es un mundo bello, pero se tornará hostil cuándo quedemos a nuestra suerte.

Hay alternativas escondidas en el subconsciente que aparecen como válidas en esos momentos de soledad, y habrá que hacer… Habrá que pelear para volver a tierra firme.

Esta es una historia sin olas amenazantes, ni vientos, ni pronósticos desfavorables.

Quizá la quietud ingresaba como una nueva sensación de desolación, porque nada se puede hacer más que las formas primitivas del uso del remo y nadar juntos con un cabo remolcando el gomón, hasta escalar por el fondo marino, como trepando una montaña acostada con la cima en la lejana costa. Porque habíamos decidido utilizar todas las formas de acercarnos a la costa, con nuestro esfuerzo físico y estábamos plenos en ese sentido, disfrutábamos de movernos en el agua con habilidad de pez.
Era una circunstancia donde podíamos ganar, la naturaleza estaba neutral y tranquila. Sólo que la costa estaba lejos y el peso del gomón era bastante.


Calma total. La costa se veía perfecta a tres millas de distancia. Por momentos nos quedábamos flotando para comentar que avanzábamos muy lento y que teníamos suerte, porque el tiempo estaba bueno. –“Qué horas es?”, le pregunto a Sandro- -“Me parece que nos agarrará la noche.. la puta que lo parió!!!”

-“Pará! Vamos a llamar por radio!!!”, le digo. Habíamos demorado esta decisión. Siempre se quieren agotar todas las posibilidades de solución sin movilizar a la Prefectura ni a los amigos. Por ahí al llegar a la costa lográbamos reponer el motor. Pero las horas habían pasado y había llegado el momento de pedir auxilio.

Levantamos la pata del motor, aseguramos el fondeo y comenzamos a llamar. –“Lima-cuatro-victor-……-lima- cuatro-victor!!!….Embarcación de Biología- ….Embarcación de Biología en emergencia!!!”. Nadie contestaba… Finalmente nos responde un conocido vecino de Las Grutas, el Sr. Alfredo Body, que nos pregunta: …-“¿Piensan que pueden llegar a la costa?” -“Sí!!!”, le contestamos. –“Pasame la posición!!!” -“40.57. ….65.06-…-repito- 40.57…..65.06”. Haber escuchado una voz desde tierra firme, nos alentó a seguir intentando llegar. –“Quédense tranquilos, los vamos a esperar sobre la costa!!!”

La playa se veía desde nuestra embarcación, nuestro arribo sería en un claro entre Las Coloradas y El Buque. Había que seguir. Nos calzamos las aletas, casco y luneta nuevamente. Tensamos los cabos que estaban sujetos a nuestras cinturas y empezamos a nadar lo más coordinados posible.
Las sensaciones son variadas, parece que estamos cerca, pero a veces... en otros momentos, nos parece que no nos habíamos movido demasiado. Nos da un poco de bronca y seguimos. No hay otra cosa que nadar y nadar. Son momentos únicos, donde nosotros, seres humanos con temores, de pronto somos animales plenos de puro instinto. Somos dos pequeños puntos luchando por llegar desde una distancia pequeña para cualquier habitante del mar y peligrosa para dos habitantes de tierra devenidos a peces en emergencia.

Es increíble la resistencia física que nace cuando hay un solo camino que seguir. Y estábamos llegando… ya las olas rompían suavemente sobre las piedras de la costa, ahora mucho más cerca. Nos dimos cuenta que teníamos hambre, teníamos la muestra a bordo y lo que habíamos juntado cuando arrastrábamos el gomón por el fondo.

Ya intentábamos “hacer pie”. En cualquier momento tocábamos las cercanías de la costa. En cualquier momento llegábamos, por fin. Sentarnos en la arena, comer ostras, mejillones, se transforma en casi un sueño.
Habían transcurrido muchas horas. El fondo se veía desde la superficie y se percibía cerca. Ahora sí hacíamos pie, ahora acercábamos el gomón caminando hacía atrás, las aletas nos dificultaban caminar y nos hacía un poco más torpe todavía.



Logramos sacar el gomón hasta esa costa, con muchas piedras pero con una blanca arena entre ellas. La marea bajaba. Poco a poco la embarcación fue quedando en “seco” queríamos ver qué novedades había en la parte que queda sumergida del motor.
Más tarde comprobaríamos que se había roto “la pata” del motor, parte que trasmite la fuerza motriz a la hélice.

Caminamos por la costa, la lejanía era enorme. Había un pequeño sendero agreste, no muy transitado parecía. Pero volvíamos al gomón, era como nuestra casa, allí estaban nuestros “petates”, nuestras pocas pertenencias que daban cuenta de que éramos extraños en el lugar.

Comenzamos a comer las muestras que teníamos a bordo, había pasado el tiempo suficiente para que el hambre se hiciera sentir por el estómago y por la cabeza. Es verdad la frase de Serrat “Un manjar puede ser cualquier bocado” , las cholgas, los mejillones, las ostras, nos alcanzan a “la plenitud”. Es increíble el valor que aparece en el recuerdo de un trozo de pan, de una sopa caliente.

Y allí estábamos a la espera de la buena fortuna, que sin ninguna duda la tenemos, el optimismo natural. No importa que la suerte algunas veces, se haya llevado a alguno de nosotros. Hay un caudal grande de ganas, para pelearle al viento, a las corrientes, a la profundidad, a la suerte.

Conflictos internos

La noche había llegado. Esperábamos las luces de los vehículos, que parecían llegar en forma sinuosa, como una pequeña caravana lejana. Había una luna que se resistía a mostrarse detrás de unas nubes quietas y oscuras. Había un silencio profundo, roto armoniosamente por pequeñas olas que golpeaban casi suavemente sobre las negras piedras de la costa. Este era el marco de la espera y charlábamos sin parar, eran épocas difíciles en la relación con las autoridades de Biología. Nuestra querida institución, nuestra casa que como tal, surge a veces en ella, el conflicto, que llega y se va como sus autoridades, pero la gente queda. Fue una etapa donde el área de Náutica y Buceo estaba relegada en equipamiento. Hoy el sector está muy bien equipado, al día con lo fascinante de la tecnología naval, que facilita y estimula el trabajo en el mar.

El neoprene ya nos molestaba demasiado en la piel. El buen buzo sabe que se deberá acostumbrar para siempre a la incomodidad del traje, pero el tiempo había pasado y se percibía que había heridas, sobre todo en los pliegues de las piernas. La solución: sacarse el neoprene, pero hacía frío.

El arribo del auxilio lejos de ser un encuentro de alegría o alivio, fue liderado por caras parcas y enojadas. –“Seríamos culpables por esa situación?”.- Se nos acerca un viejo conocido y conocedor de la zona con su camioneta todo terreno que se encontraba casi como “baqueano” – “Eh!!! ¿Cómo están? ¿Se encuentran bien?” -“Sí!! Estamos bien Miguel!”, le respondemos, mientras que uno de los representantes de la dirección de nuestra institución, trataba de encontrar en el fuera de borda, alguna culpable razón que más tarde, sería la famosa “rotura de la pata del motor” .

La luces de los vehículos fijaban la imagen del gomón semienterrado en la arena. Es una típica reacción de la fuerza del mar al retirarse, su huella de playa siempre distinta, de mares calmos o agitados.

Con palas comenzamos a tratar de zafar la varadura, mientras que Miguel Manso con su camioneta estudiaba un claro, un hueco entre las piedras para sacar el gomón hasta el camino.

El regreso hasta “Las Coloradas”, luego hasta “Las Grutas” y finalmente hasta “San Antonio Oeste”, el largo camino a casa. La sorpresa de otra realidad, mucho más complicada que la que habíamos vivido. El único lugar reparador será nuestra casa, el abrazo de nuestros hijos, el beso alentador de nuestras mujeres.

Habíamos pasado casi 20 horas de navegación, de estar en el agua, empujando, nadando, buceando, gritando, esperando. Era la madrugada de otro día, la ducha era maravillosa, la cama: el paraíso…no había nada más bello.

Nos encontramos con Sandro en el Instituto por la mañana, nuestros compañeros nos hacían mil preguntas, nos envolvían con interés y preocupación. Sin embargo, asomaba una descolocada condena que incluía sumario por la rotura de la pata del motor.

Siempre nos sentimos parte de la naturaleza. Será por esta razón, que cuando nos interrogaban para el sumario, quien terminó siendo responsable fue la dirección de nuestra institución. ¿Por qué? Habíamos salido sin bengalas, sin una radio con alcance necesario, con una embarcación deteriorada y pequeña, un motor demasiado gastado, entre otras cosas. Pero salíamos igual. El mar establece sus condiciones inexorables y eternas, pero claras y fascinantes. Lo natural sigue estando alejado de lo normal y el mal parece encajar con la prosperidad.

Pero seguimos teniendo presente esta experiencia vivida como “ la historia sin olas amenazantes, ni vientos, ni pronósticos desfavorables”. Una historia creada por hombres imperfectos en tierra firme. Desarrollada en el mar y con un desenlace propio de un pronóstico a tener muy en cuenta, para implementar todo aquello que nos permita cuidarnos de los peligros, de los hombres en la tierra.