Thursday, December 28, 2006

SONRISA NERVIOSA ( el salvamento del Junela)






11 de julio de 1999 - la voz del administrador del Pto. de San Antonio Este, (CODEPO en aquella época) sonó angustiante, ya la había escuchado así, cuando un viento de 120 kilómetros tiró al fondo del mar las dos grúas del muelle.

“Tony!! Llamalo a Mario y venite urgente para aquí, el Junela se está incendiando!!!” ….la llamada se cortó, no había nada que agregar. Se podría escribir mucho sobre el código que mantenemos todas aquellas personas que trabajamos en la mar: se lo puede llamar, un código de honor . El hombre de mar no abandona ni a su peor enemigo, ni a los muertos, ni a un barco: la estructura de hierro y madera más misteriosa y noble que todos puedan ver, sentir, tocar.

Llamé a mi amigo Mario Rosas, experimentado práctico y perito naval, del Pto. de San Antonio Este. A él se le consulta casi todo, ni hablar de quien escribe, trabajamos juntos desde hace muchos años, en distintas tareas, las rutinarias, las cansadoras, las que entusiasman, las sacrificadas, las frustrantes y las casi imposibles.

“Pasame a buscar!!”, me dijo Mario. Me siento uno de los pocos privilegiados que lo pueden llamar por radio , cuando está en maniobras. Él conoce cómo lo conozco y sabe que si lo llamo es más que urgente. Esta vez lo llamé a su casa, pero su voz siempre sonará como el buen capitán que es, dura, firme y decidida.

Llegué a su casa. Estaba afuera. Su mochila, su handy, su campera y su “ceño fruncido”, señal de su pasión por el trabajo, de manejar las entradas de enormes buques, que rozan muelles y remolcadores, que exigen velocidad de acción, porque el trabajo en un puerto jamás podrá parar, nada lo ha parado, ni las guerras, ni las tempestades, nada.

Apenas salimos Mario empezó a tratar de diseñar un plan, el buque estaba amarrado al pontón flotante del puerto. Había que alejarlo de allí para que no corrieran peligro los otros buques. Con qué elementos trabajaremos? Cables de acero? Calabrotes? Es impresionante imaginarse el remolque de un barco de grandes dimensiones, incendiándose. Una hoguera brutal, injusta y avasallante. Desde la ruta camino al Puerto del Este, 60 kilómetros nos separan, pero podíamos observar la negra figura de humo sobre horizonte y cielo.

Llegamos. El humo era una columna gigantesca, parte de la tripulación se alejaba del lugar con parte de sus pertenencias. Como en todo escenario de un siniestro, había confusión, había incertidumbre, impotencia. Es triste ver a un buque herido de muerte, iniciamos nuestro trabajo con la noble y legendaria Teka, utilizada como remolcador y embarcación de practicaje. Mario me destinó la responsabilidad de las maniobras de cubierta. Esto es que debía organizar con el personal de tierra la conexión de cabos de arrastre y coordinar con el patrón de la embarcación nuestro buen amigo Armando Ullúa. César Murgiondo, impecable maquinista, le daría garantía al esfuerzo que le demandaría el salvamento del buque. Gustavo Ullúa, hijo de Armando y patrón de la embarcación de amarre Mimosa, me daría la seguridad y el respaldo que necesitaba . Mario resolvería rumbo, velocidad de remolque, atender la radio; en ese momento ingresaban llamados de las autoridades del puerto, de Prefectura Naval, de otros buques cercanos que por propia naturaleza, querían comunicar “Teka - Teka -Teka aquí buque …..tamos a disposición” y se cortaba. Es el “código de honor”.

Nos acercamos a la bita de la amarra de popa del Junela, que se ubica en la cabecera del puente de acceso del pontón. Estaban los tripulantes uruguayos, prestos a mi señal. “Larguen cabo!!!!”, les grité, y sujeto a una guía recibí el calabrote de dos pulgadas y media de diámetro. Les grito nuevamente: “Necesito más cabo!!!!”. “No se puede!!!, me responden. Le grito a Gustavo: “Enganchá otro cabo al gancho de remolque!!!”. Me alcanza la punta y me decidí por un “nudo llano” ,la urgencia hizo que la Teka le diera máquina, los cabos se tensaron. Estábamos en pleno salvamento, el Junela se movía y la brisa avivaba el fuego.

Allí empezó la adrenalina, allí empezó algo que nos separó de nuestro mundo, el de nuestra buena rutina. Trabajar con lo esperado, bromear con nuestros compañeros y volver a casa, para estar con la familia.

El peligro inminente, acercarse a la muerte, trabajar al lado de ella, negociar con ella, desafiarla, pactar con ella.

La distancia al lugar destinado? No había lugar. Alejábamos al buque del pontón, nos miramos con el patrón de la Teka, Armando Ullúa. Mario hablaba con Prefectura. “Armando…”, le digo- “ El único lugar que tenemos es las grúas caídas” ,(área destinada a los restos de las grúas recuperadas del fondo del muelle profundo). Armando estaba de acuerdo, le comunicamos a Mario, nos hizo un gesto de aprobación y enfilamos hacia el lugar, distante a unos 1000 metros del pontón.

La navegación duró una eternidad. Desde el Junela se empezaban a escuchar explosiones, el guardacostas de la Prefectura se nos unió acompañándonos y preparaba su equipo contra incendio, lo mismo hacía el remolcador Viento, al mando estaba su patrón Felipe de la misma empresa Nautical SRL, de mi amigo Mario Rosas.


NUESTRA BATALLA FINAL

Debíamos varar el Junela y amarrarlo al firme que nos ofrecían las pesadas estructuras de las grúas depositadas en la costa. Muchas partes del buque estaban “al rojo vivo”. Las explosiones eran ahora terribles, con Mario nos pasamos al remolcador Viento, sus tripulantes ejecutaban el plan contra incendio, con el guardacostas sumaban dos cañones de agua de alta presión. Éramos parte de tres embarcaciones que codo a codo, estaban casi “tocando” el infierno, el calor nos dejaba la caras rojas, veíamos los tubos de oxigeno, gas o acetileno, despegar con violencia de proyectiles en distintas direcciones, teníamos miedo, pero queríamos seguir.

Ya había anochecido, el lugar era más espantoso, nos alcanzaban los cables desde la costa, a través de un gomón de Prefectura. El ancla del Junela colgaba inmóvil a estribor de su proa. Nos acercamos con el remolcador Viento: frente a la cabina del Junela se quemaba una enorme cantidad de cajas plásticas para pescado, justo sobre el lugar donde debíamos alcanzar el ancla y “enganchar” el cable de costa.
La Teka estaba acoderada al remolcador, descendieron y nos abordaron Armando con su hijo Gustavo. Armando, viejo lobo de mar y fuerte como un “toro”, me dice: “Trepá a mis espaldas”. Me arriman el cable, pero no llego, entonces digo con desesperación - el plástico derretido caía sin piedad sobre nosotros- “Gustavo!!! Subite a mis hombros!!!!”. Gustavo trepó sobre su padre y luego sobre mí, improvisados equilibristas al borde de la locura y de la muerte…no sé de qué forma nos quitábamos el plástico derretido, que nos cubría como si fueran molestos mosquitos asesinos de nuestras humanidades…

Nuestra labor empezaba a terminar, ahora quedaba el sacrificado trabajo de los bomberos de la prefectura de San Antonio Oeste, de Las Grutas y de la Prefectura de Puerto Madryn. Quedaba la otra batalla por ganar: la de extinguir el enorme fuego, que se devoraba el buque y que se agigantaba con enorme poder.

Con Mario, al amanecer nos volvimos, nos alejábamos y nos dimos cuenta de la aproximación que tuvimos, comprendimos un poquito, alcanzábamos a tener una idea de lo que sería… la guerra.

Luego nuestro trabajo continuó: Mario al mando se su flota, yo tuve que bucear para zafar un calabrote de la hélice del remolcador y estar a disposición.
Posteriormente el Junela volvió al pontón y finalmente fue desguazado muy cerca de donde lo habíamos dejado aquella noche del Dante.